El ser humano está diseñado desde el vientre, para aprender
como resultado de sus experiencias con el entorno. Es por esto que las madres
estimulan a los bebés desde tempranas edades y a medida que van creciendo, de las
interacciones con la realidad y de la mediación del adulto, los pequeños
aprenden a hablar, a comprender ordenes, a tomar pequeñas decisiones con un sí
o un no, a aumentar su vocabulario, sus habilidades motoras, etc. Todos los niños y niñas aprenden a diferentes
ritmos y eso hace parte de respetar su desarrollo cognitivo y emocional. Si bien es cierto que la estimulación cumple
su papel de alentar e impulsar un aprendizaje, es el individuo quien decide si
para él es o no importante y si desea o no hacerlo.
La escuela debe entonces ir a la par del desarrollo humano y
no forzar a los pequeños a hacer lo que la sociedad dictamina que es correcto
saber y hacer a determinada edad. Su principal función debe ser la de facilitar
los espacios y las experiencias para que
los niños a través del contacto directo con su mundo, desarrollen conexiones
cognitivas en pro de su formación y crecimiento. Entonces, la pregunta que
surge es si la escuela está fomentando un modelo educativo acorde a esta
premisa.
Retomando que el aprendizaje se da a cada momento, en todo
lugar y a cualquier edad, cualquier centro educativo debe propender porque se
de dicho aprendizaje, pero sin atropellar la individualidad del ser que está
aprendiendo. Así que no es solo para los infantes del preescolar, de la
primaria, de la secundaria sino también en cursos universitarios y
superiores.
Todo niño ha seguido la fila de hormigas que se encuentran
trabajando recolectando hojas. Y como le parece inquietante por qué llevan
hojas sobre si y el por qué caminan en fila, decide seguirlas. Lo más común es que le quite alguna hoja a alguna
hormiga, o quiera detener su organización y avance y, lo más inconsciente pero
maravilloso en ese despertar por el conocimiento, es probable que llegue al
hormiguero y se decida a desbaratarlo con el uso de su zapato. ¿Qué aprende un niño haciendo esto?
Son múltiples y
variados los aprendizajes que hasta aquí hará en solitario. Descubrirá que las
hormigas son trabajadoras, que aunque se les haga perder el camino, crean una
solución a ese problema y se vuelven a poner en marcha y en fila, y que aunque
les destruyan su casa, la rehacen. Hasta aquí el pequeño ha construido
conocimiento. Al llegar a casa le contará de su aventura y descubrimiento a un
adulto quien le ampliará muchos más datos sobre las hormigas.
Difícilmente este
mismo conocimiento se construye en la escuela. Lo tradicional es que la
maestra, sea el grado que sea, llegue con su conocimiento a querer repartirlo,
duplicarlo por igual sin permitirles ese contacto directo con las hormigas, y
considerando que el estudiante no conoce mucho al respecto. Sin embargo, la
magia del constructivismo hará su aparición cuando algún niño levante la mano y
narre lo que él aprendió un día que decidió seguir la fila de las hormigas y
otros, al ver que su experiencia se comparte, se animará a hacer lo mismo y en
conjunto, en comunidad, generarán una construcción cognitiva, un aprendizaje
más significativo.
Ahora, en esta realidad tecnológica en la que vivimos, ocurre
lo mismo con los jóvenes y adultos. El conocimiento se construye de la mano de
los demás seres humanos. Los nativos
digitales, construyen conocimiento a través de las redes sociales, del uso de
la internet, de sus dispositivos y del dialogo con sus pares. Esto es a lo que se le llama constructivismo
social.
Si un país (como el nuestro) cuyo modelo educativo retrógrado
es el Prusiano, decide invertir en actualizarse por un modelo constructivista
de tipo participativo y democrático, desarrollado de la mano de las nuevas
tecnologías, respetando el libre desarrollo de la personalidad, los intereses y deseos intrínsecos del ser,
donde la figura del maestro sea la de facilitador y no la de dictador,
innegablemente está destinado a mejorar.
Sus
habitantes valorarán el papel del maestro, añorarán estar en constante
aprendizaje, descubrirán las bondades del trabajo colaborativo y no de solo el
competitivo, y abandonarán estilos de vida en solitario porque se develará que
es mucho más sencillo aprender a partir de la interacción social.
Por todo lo anterior, es que es imperativo una evolución en
nuestro sistema educativo. Un cambio en la teoría y en la praxis. Ser conscientes
de la necesidad de construir redes afectivas y cognitivas a la par, pues ya no
estamos en la época donde era solo el maestro quien sabía. Hoy en día el conocimiento
está al alcance de un “buscar” o de un “enter” pero nunca el ser humano será
capaz de vivir alejado de su comunidad, de los otros, de ese contacto social
que es el que le genera el interés de avanzar, de mejorar, de crecer. Tal vez
el constructivismo no es el único modelo pedagógico que tenga un 100% de
perfección, ni nos da la seguridad de que con este los resultados en las
pruebas académicas internacionales vayamos a ser los mejores, pero sí rescato
de este, un interés genuino por el ser humano integral, sin presiones, sin
estándares, valorando el ser individual y su relación con el entorno físico y
social.
Lorena Parra