lunes, 28 de diciembre de 2015

EL CONSTRUCTIVISMO COMO MODELO DEMOCRÁTICO Y PARTICIPATIVO



El ser humano está diseñado desde el vientre, para aprender como resultado de sus experiencias con el entorno. Es por esto que las madres estimulan a los bebés desde tempranas edades y a medida que van creciendo, de las interacciones con la realidad y de la mediación del adulto, los pequeños aprenden a hablar, a comprender ordenes, a tomar pequeñas decisiones con un sí o un no, a aumentar su vocabulario, sus habilidades motoras, etc.  Todos los niños y niñas aprenden a diferentes ritmos y eso hace parte de respetar su desarrollo cognitivo y emocional.  Si bien es cierto que la estimulación cumple su papel de alentar e impulsar un aprendizaje, es el individuo quien decide si para él es o no importante y si desea o no hacerlo.

La escuela debe entonces ir a la par del desarrollo humano y no forzar a los pequeños a hacer lo que la sociedad dictamina que es correcto saber y hacer a determinada edad. Su principal función debe ser la de facilitar los espacios y las experiencias  para que los niños a través del contacto directo con su mundo, desarrollen conexiones cognitivas en pro de su formación y crecimiento. Entonces, la pregunta que surge es si la escuela está fomentando un modelo educativo acorde a esta premisa.

Retomando que el aprendizaje se da a cada momento, en todo lugar y a cualquier edad, cualquier centro educativo debe propender porque se de dicho aprendizaje, pero sin atropellar la individualidad del ser que está aprendiendo. Así que no es solo para los infantes del preescolar, de la primaria, de la secundaria sino también en cursos universitarios y superiores. 

Todo niño ha seguido la fila de hormigas que se encuentran trabajando recolectando hojas. Y como le parece inquietante por qué llevan hojas sobre si y el por qué caminan en fila, decide seguirlas. Lo más  común es que le quite alguna hoja a alguna hormiga, o quiera detener su organización y avance y, lo más inconsciente pero maravilloso en ese despertar por el conocimiento, es probable que llegue al hormiguero y se decida a desbaratarlo con el uso de su zapato.  ¿Qué aprende un niño haciendo esto? 
Son  múltiples y variados los aprendizajes que hasta aquí hará en solitario. Descubrirá que las hormigas son trabajadoras, que aunque se les haga perder el camino, crean una solución a ese problema y se vuelven a poner en marcha y en fila, y que aunque les destruyan su casa, la rehacen. Hasta aquí el pequeño ha construido conocimiento. Al llegar a casa le contará de su aventura y descubrimiento a un adulto quien le ampliará muchos más datos sobre las hormigas.   

Difícilmente este mismo conocimiento se construye en la escuela. Lo tradicional es que la maestra, sea el grado que sea, llegue con su conocimiento a querer repartirlo, duplicarlo por igual sin permitirles ese contacto directo con las hormigas, y considerando que el estudiante no conoce mucho al respecto. Sin embargo, la magia del constructivismo hará su aparición cuando algún niño levante la mano y narre lo que él aprendió un día que decidió seguir la fila de las hormigas y otros, al ver que su experiencia se comparte, se animará a hacer lo mismo y en conjunto, en comunidad, generarán una construcción cognitiva, un aprendizaje más significativo.

Ahora, en esta realidad tecnológica en la que vivimos, ocurre lo mismo con los jóvenes y adultos. El conocimiento se construye de la mano de los demás seres humanos.  Los nativos digitales, construyen conocimiento a través de las redes sociales, del uso de la internet, de sus dispositivos y del dialogo con sus pares.  Esto es a lo que se le llama constructivismo social. 

Si un país (como el nuestro) cuyo modelo educativo retrógrado es el Prusiano, decide invertir en actualizarse por un modelo constructivista de tipo participativo y democrático, desarrollado de la mano de las nuevas tecnologías, respetando el libre desarrollo de la personalidad,  los intereses y deseos intrínsecos del ser, donde la figura del maestro sea la de facilitador y no la de dictador, innegablemente está destinado a mejorar.                                        
Sus habitantes valorarán el papel del maestro, añorarán estar en constante aprendizaje, descubrirán las bondades del trabajo colaborativo y no de solo el competitivo, y abandonarán estilos de vida en solitario porque se develará que es mucho más sencillo aprender a partir de la interacción social.


Por todo lo anterior, es que es imperativo una evolución en nuestro sistema educativo. Un cambio en la teoría y en la praxis. Ser conscientes de la necesidad de construir redes afectivas y cognitivas a la par, pues ya no estamos en la época donde era solo el maestro quien sabía. Hoy en día el conocimiento está al alcance de un “buscar” o de un “enter” pero nunca el ser humano será capaz de vivir alejado de su comunidad, de los otros, de ese contacto social que es el que le genera el interés de avanzar, de mejorar, de crecer. Tal vez el constructivismo no es el único modelo pedagógico que tenga un 100% de perfección, ni nos da la seguridad de que con este los resultados en las pruebas académicas internacionales vayamos a ser los mejores, pero sí rescato de este, un interés genuino por el ser humano integral, sin presiones, sin estándares, valorando el ser individual y su relación con el entorno físico y social. 

Lorena Parra
 

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